¿Cuándo se jodió Europa?
La expresión se la tomo prestada a Vargas Llosa, de esa gran novela...
- T+
- T-
Jorge Quiroz
La expresión se la tomo prestada a Vargas Llosa, de esa gran novela que es “Conversación en la Catedral” (“¿Cuándo se jodió el Perú?”). Es una pregunta que lo resume todo, el estado actual de un país, y la pregunta de cuándo fue que las cosas comenzaron a andar mal. La respuesta tecnocrática -usual por estos días- a la pregunta en cuestión sería que Europa se jodió cuando se firmó el tratado de Maastricht y un grupo de países escogió de motu proprio una camisa de fuerza con una mano libre: banco central común pero finanzas públicas soberanas. Con moneda común, los problemas de competitividad y deuda externa se solucionan con “ajuste automático”, por estos días rebautizada como “devaluación interna”. Pero el ajuste automático, excepto en la imaginación de David Hume, la verdad sea dicha, nunca ha funcionado. Los países que lo están intentando estoicamente -Irlanda - llevan a la sazón una caída del 12% del producto y desempleo que se empina por el 15%: un costo político insoportable para economías más grandes. En ausencia de una política monetaria expansiva del BCE, que esté dispuesta a comprar “todo lo que sea necesario” de bonos italianos, españoles e incluso franceses, el resultado será un desastre para recordar. Hasta ahí la tecnocracia.
Pero, como en el chiste de Don Otto, la culpa no es del sillón. El sistema de moneda común suponía gobiernos responsables, que brillaron por su ausencia. Ningún gobierno de los actuales que hacen noticia, tuvo el coraje para liderar en vez de seguir a las encuestas; no hubo coraje para decir la verdad, que no se puede gastar más de lo que se gana: se prefirió la morfina del subsidio. Tampoco la hubo para implementar reformas que aumentasen la competitividad: se prefirió un sistema de bienestar que fue pan de ayer y hambre de hoy. Europa no se jodió cuando firmó Maastricht; Europa se jodió cuando la política no estuvo a la altura de las circunstancias. De eso, hace ya muchos años. No fue la economía, fue la política.
Por estos días en Chile, cuando la economía aún crece a tasas envidiables, lo que empieza a fallar es la política. La semana pasada, un escolar, después de destrozar dos semáforos, beneficiado por una legislación garantista en el límite de lo permisivo, salió libre de los tribunales, tal como entró. Reparar cada semáforo cuesta algo más de $ 15 millones: lo mismo que una carrera completa en esas universidades “de lucro” a las que hoy se pretende coartar. Unas semanas antes, los estudiantes se encaramaron a la mesa del Presidente del Congreso, tironearon al ministro de Educación que tuvo que salir del recinto, y luego se fueron como Pedro por su casa. El desprestigio de la política es tal que ningún parlamentario se atrevió a decir las cosas por su nombre, quizás por miedo a perder la poca popularidad que queda. En otro plano, mientras se habla de subir impuestos, grupos de interés se preparan para capturar parte del botín. Por su parte, el gobierno parece querer hacerse popular con múltiples regulaciones a la banca -una banca a la que no ha habido necesidad de salir a salvar con platas públicas como ha ocurrido en otras partes. Las reducciones a la tasa máxima convencional dejarán a cientos de miles sin crédito. Suma y sigue: mediadores para diferendos entre bancos y deudores donde el costo de mediar será más alto que el crédito. La artillería que los políticos, salvo honrosas excepciones, lanzan contra el mundo privado, hace pensar si acaso no están intentado superar de ese modo lo que está escrito en las paredes: que los políticos son el cuerpo social más desprestigiado del país. ¿Pretenderá la clase política mejorar su ranking denostando a la clase empresarial plagándola de impuestos y regulaciones? Lo que comienza a fallar en Chile, como lo hizo Europa hace ya más de una década, no es la economía sino la política. Quiera Dios que en diez años más no nos tengamos que preguntar ¿Y cuándo fue que se jodió Chile?